Hijos adolescentes al Poder


La relación entre padres e hijos hace años que ha entrado en una dinámica extraña, una espiral conflictiva de la que cada vez es más complicado salir airoso y que perjudica a unos y a otros por igual. Los padres pierden autoridad, ya no recuerdo en que momento se pasó del – porque yo lo digo – a creer que a un niño de 6 años se le deben dar explicaciones sobre nuestros actos, negociar con él y pedirle permiso para entrar en su habitación.

No se cual fue el punto de inflexión ¿fuimos los padres los que empezamos a delegar poder y a soltar las riendas por falta de tiempo y comodidad? ¿Alguna corriente pedagógica del momento nos convenció de que los niños eran seres conscientes y coherentes con los que se debía tratar de igual a igual? ¿Quisimos desmarcarnos de la educación recibida inventando nuevas fórmulas?

Sea cual sea el motivo, posiblemente un cúmulo de circunstancias que operaron al mismo tiempo, el caso es que el resultado no puede ser más triste ni decepcionante, y volver atrás es difícil, por no decir imposible.
Los padres estamos en un estado de perpetua perplejidad, mientras han tenido dos, tres, cinco años, nos hemos dedicado a dárselo todo, a protegerlos y hacerlo todo por ellos, los hemos defendido de críticas, de amiguitos y profesores, porque nuestros niños eran los mejores y nada se les podía recriminar, y ahora nos preguntamos: ¿así nos lo pagan? ¿que hemos hecho mal?

Hemos justificado sus rabietas, nos hemos agachado para ponernos a su nivel cogiéndoles de las manos y mirándolos a los ojos, siempre con voz calmada les hemos explicado muy dulcemente que no es correcto morder al compañero, y que si tienen rabia dentro pueden coger un cojín y estamparlo contra el sofá para desahogarse… terapia barata.
Hemos permitido que coman sólo lo que les gusta, que monopolicen el mando del televisor, que decidan donde se va el fin de semana y un largo etc, es decir, los hemos convertido en pequeños tiranos y nosotros estamos a su servicio.
Llega la adolescencia, y no hablo de los 14 o 15 años, si no que actualmente ésta se presenta sin avisar ya a los once, y de repente asustados de la que se nos viene encima pretendemos que se responsabilicen de sus actos, que se comporten correctamente y no nos levanten la voz ni nos insulten, ni nos manden a paseo, que por algo somos sus padres y nos deben un respeto.
Los chillidos y pataletas que permitíamos a los tres años ya no tienen gracia, y el egoísmo innato en un bebé sigue a esta edad prácticamente intacto, nadie les ha enseñado a pulir su carácter y a pensar en alguien más que no sean ellos mismos.

Nuestros hijos adolescentes no andan mejor que nosotros los padres, permanentemente insatisfechos, sin normas claras, aburridos y sin entender lo que significa esforzarse, andan a la deriva procurando satisfacer sus deseos e instintos siempre aquí y ahora.

Los medios de comunicación y la sociedad en general no ayudan tampoco, se les ha bombardeado con sus derechos, se les ha avisado sobre el maltrato infantil, se les recuerdan sus privilegios, y ellos, que son muy listos, tergiversan y manipulan la información para adecuarla en la forma en que les interesa y utilizarla en su beneficio. Beneficio que no es tal, la vida terminará poniéndolos en su sitio, pero la bofetada que van a recibir y el choque brutal con la realidad será duro y cruel.

Mientras tanto los padres tratamos de conseguir de nuevo el control, que esta es una edad muy peligrosa y si ahora se tuercen ya no habrá quién los enderece, pero que te griten tus hijos adolescentes que casi tienen ya tu altura, y se niegan a cumplir con el castigo que les has impuesto, te sume en el desconcierto, porque ahora ¿que haces?… ya está, les das un capón, no tanto como medida pedagógica si no como prueba de tu impotencia, y tu hijo, que la última vez que te vio levantar la mano fue para darle pam pam en el culete antes de que intentara tirarse balcón abajo, se siente ferozmente indignado con tu atrevimiento – ¿A que te denuncio?

A partir de aquí el problema no es que cumpla su amenaza, si no que hay todo un mecanismo a su servicio dispuesto a admitir la denuncia a trámite y cuestionarte como padre, que te dan ganas de decir – si, señor Juez, llevéselo un ratito a casa  y ya me contará

Como siempre falta sentido común, para proteger los derechos de niños maltratados de verdad, que casualmente son los que no se atreven a denunciar, poniendo las denuncias médicos de urgencia o profesores, nos pasamos de vueltas, que aquí el punto medio no se conoce, y terminamos perdiendo el tiempo con  adolescentes malcriados que deberían haber recibido una bofetada a tiempo, antes de que se nos subieran a la chepa.

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